miércoles, 7 de abril de 2010

En el espejo


Se despertaba igual que todas. Pero iba, caminaba un rato, y ya era otra.
Le costaba sentir quizás, le costaba actuar a veces. Era fuerte como el hierro, y más débil que una pluma.

A veces, cuando iba sola, se paraba con los pies descalzos justo ahí, y despues de cinco pasos, se ponía a cantar. Daba la vuelta y era como si algo le hubiese asustado, se arrodillaba y se dejaba caer hasta topar con el cesped. Se tapaba los ojos, la cara y se largaba a llorar. Nadie la veía cuando estaba ahí, nadie la notaba, nadie la miraba y nadie estaba ahí.
Pero cuando de modo ilógico secaba con rapidez las lágrimas, se sonaba a ratos y guardaba rápido las hojas en las que escribía, cambiaba la música como quien cambia de posición frente a una silla, y se ponía a hablar del amor y lo pleno que era estar así. Cuando la gente empezaba a notarla, se miraba y se sentía tan bien- La admiraban, y ella también lo hacía, eran pocos como ella, eran pocos tan ingenuos. Y cuando terminaba su discurso del amor y la vida feliz, se volvía a tomar las manos para ocultarse entre los papeles que poco hablaban de ese cliché.

Nadie la entendía, nadie nunca lo haría, se fumaba uno y otro cigarro, sin apenas saber hacerlo y con el humo volvía a hacer siempre lo mismo. Siempre sería así, porque ella lo quiso así.

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